Tatanka era el nombre utilizado por los indios
de los Apalaches para referirse al bisonte. Esta palabra tenía una especial
significación para los primeros pobladores del continente, quienes al igual que
el bisonte, atravesaron el Estrecho de Bering durante la última glaciación
siguiendo, quizás, el rastro de su ancestral sustento, que no era sólo
material, sino también espiritual. Una vez muerto, el bisonte Tatanka pasaba a
formar parte del Gran Espíritu -Manitú-, representado en ocasiones por ellos
como un descomunal y blanquísimo toro.
Esta dilatada tradición de dependencia humana del bisonte enseñó al indio a aprovechar absolutamente todo el animal. Con la piel se construían cabañas, se hacían mantas y se tejían vestidos; con los cuernos se fabricaban cucharas y las armas para la caza y la guerra se elaboraban con los huesos del animal. Hasta los propios excrementos eran utilizados como combustible, después de ser secados.
Esta dilatada tradición de dependencia humana del bisonte enseñó al indio a aprovechar absolutamente todo el animal. Con la piel se construían cabañas, se hacían mantas y se tejían vestidos; con los cuernos se fabricaban cucharas y las armas para la caza y la guerra se elaboraban con los huesos del animal. Hasta los propios excrementos eran utilizados como combustible, después de ser secados.
Con sus rudimentarias armas, debían los indios agudizar su
ingenio para dar muerte a este herbívoro. La técnica más común consistía en
encerrar a las manadas en un anillo humano y lanzar cientos de flechas hacia el
centro hasta abatir los ejemplares necesarios. Pero cuando las circunstancias
lo permitían, los pieles rojas preferían espantar a los bisontes hacia
escarpados desfiladeros donde les obligaban a despeñarse, lo que les permitía
cobrar un gran número de animales sin sufrir bajas propias, que solían ser
frecuentes en otro tipo de lances.
No fue hasta el siglo XVI, con la llegada de los europeos, cuando los indios de las llanuras comenzaron a cazar montados en los legendarios "appaloosa", caballos pintos de gran velocidad y resistencia, gracias a los cuales las jornadas cinegéticas se convirtieron en tarea mucho más sencilla y fructífera.
Pero la llegada de las caballerías estuvo acompañada del hombre del Viejo Continente, que en pocos años transformó aquel nuevo entorno a su imagen y semejanza. Así, el lento devenir cultural que forjó Europa a lo largo de varios milenios irrumpió traumáticamente en el vergel americano. Para el europeo (hombre-historia, según el modelo orteguiano), América era una tierra salvaje que había de ser civilizada a toda costa; para el indio (hombre-naturaleza) unos bárbaros de rostro pálido estaban destruyendo el universo.
No fue hasta el siglo XVI, con la llegada de los europeos, cuando los indios de las llanuras comenzaron a cazar montados en los legendarios "appaloosa", caballos pintos de gran velocidad y resistencia, gracias a los cuales las jornadas cinegéticas se convirtieron en tarea mucho más sencilla y fructífera.
Pero la llegada de las caballerías estuvo acompañada del hombre del Viejo Continente, que en pocos años transformó aquel nuevo entorno a su imagen y semejanza. Así, el lento devenir cultural que forjó Europa a lo largo de varios milenios irrumpió traumáticamente en el vergel americano. Para el europeo (hombre-historia, según el modelo orteguiano), América era una tierra salvaje que había de ser civilizada a toda costa; para el indio (hombre-naturaleza) unos bárbaros de rostro pálido estaban destruyendo el universo.
Durante la última glaciación, hace más de diez mil años,
grandes masas de aguas se convirtieron en hielo. Esto permitió que afloraran en
todo el planeta superficies hasta entonces sumergidas que funcionaron a modo de
puentes intercontinentales que fueron cruzadas por numerosas especies animales.
Tal fue el caso del Estrecho de Bering , entre Alaska y Siberia, cuya desecación permitió que grandes manadas de bisontes euroasiáticos colonizaran Norteamérica. Encontraron allí un territorio de inmensas llanuras cubiertas de exuberantes pastos, así como las condiciones orográficas y climáticas perfectas para su desarrollo y expansión.
Por ello, se habla del bisonte americano, el mamífero terrestre más grande del hemisferio norte, como del vertebrado con mayor éxito ecológico en la historia de la vida. Así las estimaciones poblacionales de los primeros exploradores que se adentraron en el Oeste de Norteamérica oscilan entre los 65 y 200 millones de ejemplares.
Las crónicas de estos pioneros dan una idea de la espectacular densidad de bisontes del Nuevo Continente. En 1.871, el mayor Richard Irving Dodge aseguró haber atravesado una manada que cubría las llanuras hasta donde alcanzaba la vista. "Los prados eran como una inmensa masa negra en movimiento", escribió.
Sin embargo, en menos de un siglo el bisonte estuvo a punto de desaparecer por el exterminio sistemático que acompañó a la conquista del Oeste. En 1.880, sólo quedaban varios cientos de ejemplares en el parque Yellowstone, Wyoming, y en los bosques de Canadá. Desde entonces, el gobierno federal y las autoridades estatales de Montana, las dos Dakotas y Nebraska -estados donde la población de bisontes es hoy más significativa- y, más tarde, diversas asociaciones privadas, consiguieron recuperar la especie que hoy cuenta con más de sesenta mil ejemplares.
Tal fue el caso del Estrecho de Bering , entre Alaska y Siberia, cuya desecación permitió que grandes manadas de bisontes euroasiáticos colonizaran Norteamérica. Encontraron allí un territorio de inmensas llanuras cubiertas de exuberantes pastos, así como las condiciones orográficas y climáticas perfectas para su desarrollo y expansión.
Por ello, se habla del bisonte americano, el mamífero terrestre más grande del hemisferio norte, como del vertebrado con mayor éxito ecológico en la historia de la vida. Así las estimaciones poblacionales de los primeros exploradores que se adentraron en el Oeste de Norteamérica oscilan entre los 65 y 200 millones de ejemplares.
Las crónicas de estos pioneros dan una idea de la espectacular densidad de bisontes del Nuevo Continente. En 1.871, el mayor Richard Irving Dodge aseguró haber atravesado una manada que cubría las llanuras hasta donde alcanzaba la vista. "Los prados eran como una inmensa masa negra en movimiento", escribió.
Sin embargo, en menos de un siglo el bisonte estuvo a punto de desaparecer por el exterminio sistemático que acompañó a la conquista del Oeste. En 1.880, sólo quedaban varios cientos de ejemplares en el parque Yellowstone, Wyoming, y en los bosques de Canadá. Desde entonces, el gobierno federal y las autoridades estatales de Montana, las dos Dakotas y Nebraska -estados donde la población de bisontes es hoy más significativa- y, más tarde, diversas asociaciones privadas, consiguieron recuperar la especie que hoy cuenta con más de sesenta mil ejemplares.
Por contra, no ha habido más remedio que cercar a los
bisontes en parques naturales. Aunque se trata de parcelas de su antiguo
hábitat, el mero hecho de evitar las migraciones del gran trashumante boreal
supone en sí mismo un cambio radical de su ecología y, a largo plazo, también
de su fisonomía.
Por otro lado, el número cada vez mayor de ganaderos de Canadá y Estados Unidos están comenzando a sustituir sus cabañas de vacuno por rebaños de bisontes. Esto se debe a que este animal tiene una proporción mucho menor de tejidos grasos que la carne de vacuno. La longevidad y el periodo de fertilidad son mucho más prolongados en el bisonte y el peso por ejemplar es sensiblemente mayor. Además, su resistencia a la lluvia, a la nieve y a temperaturas de hasta cuareta y cinco grados bajo cero permite un considerable ahorro en infraestructuras con respecto a las explotaciones ganaderas tradicionales.
Actualmente existen en los Estados Unidos más de seiscientos cuarenta ranchos de bisontes, con una cabaña global cercana al cincuenta por ciento de la población global del continente. Como resultado de este proceso de domesticación, el tamaño medio del bisonte actual se ha reducido con respecto al de sus antepasados salvajes, cuyo poderío (un macho adulto puede superar la tonelada), fuerte instinto de agrupación y su perfecta al medio fueron las claves de una expansión demográfica sin precedentes, a pesar de la presión que sobre esta "fiera herbívora" ejercieron los grandes predadores de la región (el lobo, el oso grizzly, el puma y, por supuesto, el hombre).
De todas formas, a pesar de la domesticación o semidomesticación de este
animal, la especie no está del todo perdida. Varios miles de bisontes de bosque
-una subespecie muy similar al bisonte de las llanuras y al extinto Uro
europeo- todavía merodean por recónditos bosques del tercio sur de Canadá.
Por otro lado, el número cada vez mayor de ganaderos de Canadá y Estados Unidos están comenzando a sustituir sus cabañas de vacuno por rebaños de bisontes. Esto se debe a que este animal tiene una proporción mucho menor de tejidos grasos que la carne de vacuno. La longevidad y el periodo de fertilidad son mucho más prolongados en el bisonte y el peso por ejemplar es sensiblemente mayor. Además, su resistencia a la lluvia, a la nieve y a temperaturas de hasta cuareta y cinco grados bajo cero permite un considerable ahorro en infraestructuras con respecto a las explotaciones ganaderas tradicionales.
Actualmente existen en los Estados Unidos más de seiscientos cuarenta ranchos de bisontes, con una cabaña global cercana al cincuenta por ciento de la población global del continente. Como resultado de este proceso de domesticación, el tamaño medio del bisonte actual se ha reducido con respecto al de sus antepasados salvajes, cuyo poderío (un macho adulto puede superar la tonelada), fuerte instinto de agrupación y su perfecta al medio fueron las claves de una expansión demográfica sin precedentes, a pesar de la presión que sobre esta "fiera herbívora" ejercieron los grandes predadores de la región (el lobo, el oso grizzly, el puma y, por supuesto, el hombre).
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